Por Alonso Alcayaga
Ulises
sabe que le costará mucho trabajo para conquistar el corazón de Carmen. Todo
sería distinto si Carmen lo mirara de la forma que él la mira, con esas ganas
de sexo, con los ojos fisgones, con aquella sonrisa pícara carente de algunos
dientes que ambos tienen en común.
Ulises
no despega sus ojos de la entrada del negocio. Cada sombra que se asoma al
umbral estremece a Ulises, cada sombra con aspecto de mujer hace que a Ulises
le lata el corazón más rápido de lo acostumbrado. Cuando aquellas sombras no
pertenecen a Carmen, Ulises se tranquiliza, toma un poco de escarcha de entre
los pescados y se refresca la cara.
Hay
una cierta melancolía en la mirada de Ulises, una cierta carga emocional en cada
gesto. No es por la forma en que lo trató su madre anoche luego de que llegara
borracho y levantara de una patada al gato, ni tampoco es la misma borrachera
que ahora le pasa la cuenta. Es algo más que eso. Es el hecho que le duele
mirarse al espejo y ver a un hombre que no tiene nada para ofrecer a una mujer
como Carmen. Ulises no es precisamente cariñoso y tierno, es mas bien un hombre
bruto y frío. Frío como la pescadería y bruto como Ulises Cárdenas, el hombre
que en vez de rosas regala pescado. Ese es Ulises, el de la pescadería de la
esquina, que cuando sale a fumarse un cigarrillo se entretiene probando
puntería a escupitajos a un escupo anterior, el que en días de calor se mete
escarcha en los testículos, el que come con la boca abierta y el que huele sus
sobacos al mediodía. Pero la gracia de Ulises no está en su aspecto
horripilante ni en su grosería constante. Su gracia es vender pescados sin
siquiera saber de pescados. Es muy fácil para él, solo tiene que leer el
letrerito con el nombre del pescado y el valor, tal como le dijo su jefe, y si
le preguntan algo que no sabe lo inventa. Y efectivamente ha sido un empleado
muy eficiente y asertivo, pues nadie a llegado a la pescadería a reclamar por
un producto rancio ni se han quejado de contraer alguna enfermedad por un
pescado descompuesto. Ulises ha tenido suerte en ese sentido.
Ulises
manosea suavemente la cabeza de un pulpo imaginándose que son los pechos de
Carmen. ¡Carmenciiiiita! ¡Te tocaría por
todos lados, no me cansaría de darle besitos a tus tetiiitas!
Ulises
cierra sus ojos mientras sigue manoseando el pulpo. Luego de un rato de
fantasear, Ulises se toca sus genitales incentivando mas su imaginación.
Imagina a Carmen que coge un poco de escarcha y la frota sobre sus pechos. Sus
pezones se erectan y eso a Ulises lo excita cada vez más y comienza a
masturbarse suavemente tras la vitrina. Pero eso ya no importa ahora. Lo
importante es que mientras él se toca con los ojos cerrados, Carmen lo observa
boquiabierta del otro lado de la vitrina.
-¿Qué te pasa Ulises?
-Nada, estaba
tocando el pulpo para ver si estaba bueno.
Carmen le regala
una tímida y vergonzosa sonrisa.
-¡Qué soi loco! oye
véndeme una reineta porfa.
-A usted no se la
vendo mi reina, se la regalo.
-¡Puta que andai
paleteao!
-¡Pa que cachí no más!
Ulises
busca el letrerito que dice “reineta”, saca el pescado y lo envuelve.
-¿Oye, cuándo vamos
a salir?
-¡Soi fresco! voh
sabí que yo soy casá.
-Pero no estay
muerta po.
-¡Mira Ulises, con
voh no salgo ni a la esquina!
-¿Y qué te hice yo?
-A mi nada, pero ya
me contaron que a la Claudia le hiciste una guagua y ahora te hací el hueón.
-Eso es mentira.
-¡No seai maricón,
tu sabí que la guagua es tuya!
-Bueno, ella no
debería andar prestándole el poto a medio mundo. ¿Viste? ahora no sabe de quien
es la guagua.
-¡Sabí que má, te
pago tu cagá de pescao!
-¡Págamelo po! ¿O
voh creí que te lo iba a regalar?
Carmen
le paga y se retira indignada de la pescadería. Ulises dibuja una leve sonrisa
en su rostro. ¡Linda la hueá, que se meta
el pescado en la raja mejor! Ella se lo pierde.
Ulises
nuevamente fracasa en su afán de conquistador. Es la forma de ser la que tiene
que cambiar, la forma de ser de ese hombre que pasa su mano por sus axilas
sudadas y goza oliéndosela, ese hombre que se saca la mucosidad de su nariz
cuando mira la tele y luego la pega debajo de su cama, ese hombre que al final
del día se saca sus calcetines y disfruta del hedor de sus pies, ese hombre que
al despertar se da cuenta que se ha orinado en la cama producto de su
borrachera.
Ulises
no tiene ganas de seguir vendiendo pescados aunque el día recién ha comenzado.
Aprovecha la ausencia de su jefe y cierra por dentro las cortinas del negocio
quedando en la fría compañía de los pescados. Agarra el pulpo que anteriormente
manoseaba y ahora se lo envuelve en su pene y comienza a masturbarse con sus
ojos cerrados imaginándose que el pulpo es la vagina de Carmen. Ulises ya está
por eyacular, y ahora se imagina que tiene su pene entre los voluptuosos pechos
de Carmen. Ulises finalmente eyacula en el pulpo. Toda su masturbación no habrá
durado mas de un minuto al igual que la gran mayoría de las veces. Ulises
devuelve el pulpo al mostrador y con el mismo paño que limpia el mesón se quita
los restos de semen de sus manos callosas.
Ulises
vuelve a levantar las cortinas del negocio. Piensa en Carmen y se enfurece al
pensar que ya no tiene posibilidades con ella.
Para
sorpresa de Ulises, aparece Claudia en el negocio. Ulises se pone nervioso
mientras que Claudia mantiene una mirada baja y triste. Claudia sabe que Ulises
es el padre del hijo que lleva en su vientre, también sabe que es a la única
pescadería cerca de la casa de sus patrones.
Claudia se acerca a
la vitrina sin mirar a los ojos de Ulises.
-Dame dos kilos de
machas.
Ulises
silenciosamente busca el letrero que dice “machas”, las saca con una bandeja y
las pesa hasta llegar a los dos kilos.
-¿Algo más?
-No, eso no más.
-Son cuatro mil
pesos.
Claudia
le pasa el dinero. Ulises pone las machas en una bolsa mientras mira a Claudia
que tímidamente se mantiene cabizbaja. Ulises pone la bolsa con machas en el
mostrador. Claudia toma la bolsa y camina hacia la salida.
-¡Claudia espera!
Claudia se detiene
y mira a Ulises desde la entrada.
-¿Es verdad que
estai embarazada?
Claudia asiente con
la cabeza.
-¿Y de quién es la
guagua?
-¡Mía po!
-Si sé po ¿pero
quién es el papá?
-Mi hijo no tiene
papá.
-¡Pero no es del
espíritu santo po, y voh no soy la virgen María!
-No, no soy la
virgen María y el papá tampoco es un espíritu santo, el papá es un maricón de
mierda que le deseo lo peor.
-¿Y a quién le tení
tanto odio?
-¡Al hueón que me
vio como puta, me usó y después se hizo el hueón!
-¡Pero por la
chucha! ¿me vay a decir quién cresta es?
-¡Quien más que voh
po maricón!
-¿Yo? pero cómo iba
a saber si nunca me dijiste.
-Cuando te lo dije
estabai curao, pero yo sé que no se te olvidó. Por eso no me llamaste más, y ya
han pasado dos meses.
Ulises
queda atónito y pensativo. Claudia deja correr unas lágrimas por su rostro y se
va. Algo raro pasó en Ulises, algo que ahora no lo deja tranquilo. Piensa en
Claudia y siente algo extraño, algo parecido al dolor, algo similar al amor.
Ulises por un momento piensa en dejar todo tal cual, ignorar lo que pasó y
seguir su vida tranquilo, sin problemas ni preocupaciones mas que trabajar y
emborracharse. Pero luego piensa en Claudia y en el hijo que carga en el
vientre, en su hijo. Se imagina a Claudia con su hijo en sus brazos
recibiéndolo en la puerta de su casa después de cada jornada laboral.
Llevar una vida
licenciosa, viciosa y sin sentido siempre le ha atraído a Ulises, pero ahora ve
la posibilidad de una vida distinta, de una vida restringida de excesos pero
llena de armonía. Ve la posibilidad de tener una mujer y un hijo que lo esperan
cada día, ve la posibilidad de que el calor de una familia sea el pilar de su
vida.
Ulises
se quita la hedionda pechera y corre tras los pasos de Claudia, de la madre de
su hijo, de ese hijo que le dará a Ulises por primera vez un cable a tierra.
Ulises
persigue Claudia pensando en que su vida puede cambiar, en que su vida ahora
puede estar rodeada de amor en vez de pescados y alcohol, pensando en dejar de
ser ese hombre que trata a las mujeres como un objeto sexual, como putas, ese
hombre que solía robar en el centro de la ciudad, ese hombre vulgar que se
emborracha y se involucra en riñas de bar, ese hombre de la pescadería de la
esquina que tiene que leer el nombre del pescado para saber de que pescado le
hablan. Después de todo ese es Ulises, el de la pescadería de la esquina no
más.
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